“<Puf> Ya, guárdalo. Que vamos llegando”.
Eran eso de las cuatro de la mañana cuando Boris, nombre de nuestro cultivador anónimo, intentaba estacionarse al frente de su hogar en un acomodado sector de la capital. A su lado, su pareja y un frasco de 100 gramos de marihuana. Al frente de ellos, a unos 30 metros, una caseta de la policía.
Se trata de la guardia del Fiscal Nacional, una especie de líder de los persecutores criminales en Chile, que había llegado al sector tras ser nombrado en su posición. Llevaba como un año desde su arribo y Boris no sabía si seguir con su programa y cronograma marihuanero.
“No es que yo quiera hacerlo, pero cuando cultivai tu propia droga, tiene otro sentido. Compartes. Ni ahí con esas hueas de vender”. La duda de Boris era si seguir, por el peligro que esto significaría para él y su familia. Las razones eran obvias, aunque en ese tiempo de meditación se dio cuenta que el resguardo no era tan intrusivo.
Sólo de curiosidad pasó por la vereda de la caseta de la policía. “Son las 4 de la mañana, obvio que me tiene que dar jugo”, dijo Boris, pero la caseta estaba vacía. Se devolvió a su casa.
La decisión la tomó ahí. Según él eran las 4:20 am de un domingo de octubre.
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Desde su creación en 1999, la Fiscalía ha tenido tres Fiscales Nacionales. En sus manos está liderar el Ministerio Público, organismo que dirige de manera exclusiva las investigaciones de delitos penales en Chile. Por tanto, son los responsables en llevar a fumetas a juicios por cultivar u otras tipificaciones. Claro, ellos sólo siguen las leyes.
Eran épocas de cambios y Boris, un experimentado consumidor de hierba, buscaba explorar su sexto sentido en el cultivo. “Fueron buenos años sacando verdaderos árboles de marihuana”, dice con orgullo. Estar en un sector privilegiado también le sirvió, porque “aquí nadie te da jugo por olor porque miras las casas pos. Y los pacos acá te tratan hasta con respeto”.
Fueron entre cuatro y cinco años sacando cientos de gramos curados y listos para el consumo personal y recreativo.
Boris solía trabajar en arte. Por eso, a ratos, iba a descansar con un puchito de tabaco y marihuana. Era una tarde calurosa cuando escucha ruidos afuera de la casa. Vio desde la mansarda y vio muchos policías. Habían pasado recién 5 meses desde la germinación de la planta.
“¿Quién me manda hacerlo con este vecino?”, recuerda haber pensado. Sale de la casa y se da cuenta que no están ahí por él. Aparentemente, hubo una intromisión en una casa abandonada de al frente. “Los pacos me preguntaron si había visto algo inusual y yo cagadísimo”.
La floración extrema
Un año Boris se sintió con confianza y se lanzó con unas plantas que son conocidas por su fuerte fragancia. “Ahora, nadie me dijo que iban a crecer más de dos metros”, dice Boris que se acuerda al ver una fotografía de un verdadero árbol.
Fue uno de los períodos más complejos para él, porque veía que no estaba haciendo un cultivo reservado. La altura lo traicionó, y cuando uno iba caminando por la calle de la casa del Fiscal se podía ver desde afuera una cola de zorro verde y frondosa. “Intentaba bajar la punta, pero siempre subía. Al final la clave con una cuerda a piso. Creció toda ladeada”, nos muestra Boris con la técnica que utilizó.
Estar a metros de la principal autoridad que te puede llevar a juicio por crímenes, como lo es cultivar en Chile, podía tener hasta cierta lógica. Qué vecino se atrevería a empezar a realizar actividades ilegales al lado de la persona que te puede acusar legalmente. A pesar de estos miedos, Boris sigue creyendo que valió la pena. De hecho, cree que esa ha sido su mejor producción.
“Esto siempre ha sido para consumo personal. Esta gente debería estar preocupada del narco y los políticos de descriminalizar las drogas”, dice Boris.
La temporada pasó, tras la poda y el secado. En esa época, al fondo del patio interno de la casa se guardaban unas 10 cajas de madera. En su interior cerca de 100 gramos de cogollos curados y nevados listos.
Fue un excelente día en las narices del Fiscal.